(O... De cómo una gambeta de más puede hacerte perder un gol...)
Siendo honesta, el nudo en la garganta no lo tuve porque no había respondido. El problema vino bastante después.
En ese momento estaba dispuesta a que pase cualquier cosa. Ya me cansé después de tantos meses, estar pendiente de él, a la expectativa de ver si en algún momento se sacaba algunos de los caparazones que siempre viste y que en todo momento nos complicaron a la hora de demostrar algún tipo de sentimiento, algunos de los afectos que tan bien guardó…
Me harté y dije basta. Está bien, no me contestas el mensaje, como quieras. Lo tomo como un acto de indiferencia más como los que me viniste demostrando este último mes. Este desinterés fue la prueba que necesitaba para dar el punto final a una historia que nunca comenzó, donde la introducción se hizo eterna y los protagonistas nunca se decidieron a dar el primer paso.
Ahora sí tenía toda la energía y convicción requeridas para olvidarlo y pasar a otro tema.
Me harté y dije basta. Está bien, no me contestas el mensaje, como quieras. Lo tomo como un acto de indiferencia más como los que me viniste demostrando este último mes. Este desinterés fue la prueba que necesitaba para dar el punto final a una historia que nunca comenzó, donde la introducción se hizo eterna y los protagonistas nunca se decidieron a dar el primer paso.
Ahora sí tenía toda la energía y convicción requeridas para olvidarlo y pasar a otro tema.
...O al menos así lo creí hasta el sábado.
Sábado 24, 22:10 hs: Boca – River.
Todavía hoy no entiendo cómo un acontecimiento que casi no tiene relación con nuestra historia, me sacudió tanto la conciencia.
Los primeros veinte minutos del partido no me pude concentrar. Me acordaba de él. De cuantas veces había imaginado juntarnos a ver el partido, cervezas y papas fritas mediante. De cuantas veces peleábamos. Yo Boca, él River. De que no me daba bola en las peleas, porque decía que una mujer no podía opinar de fútbol y era inútil discutir conmigo. De cuantas veces yo le expliqué el off side, invalidando su frase que decía que ninguna mujer puede entenderlo. “Las deja totalmente anuladas” decía; y yo, como siempre, iba en contra de sus reglas.
Como no tenía nada por perder, sin dejar de mirar el partido y celular en mano, me dispuse a escribir minuciosamente…
“No sabes como me hubiese encantado ver un partido de estos con vos (los del torneo no porq ya son más en serio, ja), a pesar d q pienses q las mujeres no sepamos d fútbol. Respeto tus silencios, pero si entiendo la ley del off side… xq no voy a poder entender q pasó, q hice o q cambió para q todo quede así nomás? No t preocupes, no espero q me respondas si no queres, pero tenía q escribirte, y quedate tranqui q ya no te jodo más. Un beso enorme.”
Me saqué las ganas. En el entretiempo (nunca hay que hacerlo durante el partido, y hasta que termine no podía aguantar), dije lo que tanto tenía atragantado. Aunque no lo dije, lo escribí.
Ahora me pregunto, ¿por qué el sistema anduvo tan bien que llegó el sms al destinatario? ¿Por qué mejor no estaba sin crédito mi celular en ese momento? ¿O por qué mejor no me habría equivocado al mandar el mensaje?
Para mi infortunio, tal como se escribió, se envió y llegó. Y hoy puedo decir que no fue nada bueno al parecer.